Nos planteamos si es más beneficioso para la salud de un sistema, con incentivos alineados, optar por la quema de activos o por su redistribución.
Muchos confunden el slashing con la quema automática del stake y la reducción del suministro, pero esto no es cierto.
El slashing implica que ciertos activos se “retiran” a quien actúa de forma maliciosa, mientras que la quema y la redistribución determinan el destino de esos activos una vez eliminados.
Como hemos señalado, los activos pueden quemarse o redistribuirse: la quema reduce el suministro total, mientras que la redistribución transfiere valor a otra parte (no necesariamente la perjudicada). Además, la quema puede producirse sin slashing gracias al propio diseño del protocolo.
Tomemos como referencia uno de los protocolos más reconocidos del sector, EigenCloud. En este sistema, los operadores son penalizados mediante slashing si incumplen sus obligaciones, lo que resulta positivo: los infractores reciben su castigo. Sin embargo, antes de introducir la redistribución de los fondos penalizados, estos se quemaban de forma permanente (y aún puede hacerse).
Consideramos que quemar los fondos penalizados equivale a dispararse en ambos pies. Cuando se elimina el stake de un operador, este recibe el castigo (por una razón justificada), pero:
¿Por qué destruir ese valor y perjudicarnos cuando podemos conservarlo y destinarlo a quienes han sido dañados? Las partes fiables pueden incrementar sus recompensas, los usuarios perjudicados pueden ser compensados y el valor sigue en el ecosistema; simplemente cambia de manos. Esto abre nuevas posibilidades para las aplicaciones.
La seguridad económica puede contribuir directamente a proteger al usuario tras un incidente, no solo antes, como hace el mecanismo de quema. La redistribución ya está implementada en protocolos como Cap, donde los fondos de operadores penalizados se redistribuyen a los holders afectados de cUSD.
Quemar activos resulta más fácil que redistribuirlos, ya que no tienes que preocuparte por su destino; simplemente desaparecen y nadie se beneficia. Hay menos ventajas y también menos riesgos. Con la redistribución, el escenario cambia y su implementación (de operador malicioso a parte perjudicada) no es tan sencilla como parece.
Los operadores maliciosos pueden aliarse con un AVS igualmente malicioso. Actualmente, un AVS puede aplicar cualquier lógica de slashing, aunque no sea justa u objetiva. En el caso del slashing, no resulta rentable para un AVS actuar de forma maliciosa, porque los operadores no comprometerán su stake si pueden ser penalizados sin motivo.
Con la redistribución, un AVS puede desviar el stake de un operador hacia otro operador malicioso (actuando en connivencia) para extraer valor del sistema. Lo mismo sucede si las claves del AVS se ven comprometidas, lo que afecta también a la “atractividad” de operadores y AVSs.
En este punto es imprescindible revisar el diseño del mecanismo. Los operadores no deberían poder cambiar de tipo tras ser creados. Es necesario establecer un método para identificar operadores comprometidos y re-redistribuir el valor si acaba en sus manos, además de una monitorización constante.
Si bien quemar los fondos sería más sencillo, la redistribución es más justa, aunque requiere mayor complejidad técnica.
Desde la perspectiva del Maximal Extractable Value (MEV), usuarios y LPs inocentes pueden ser penalizados sin motivo. Al intentar intercambiar activos, pueden ser adelantados (front-run) o sufrir sandwiching, obteniendo precios peores.
Podemos afirmar que sufren penalización porque depositan un stake (activos para intercambiar) en el sistema (DEX), lo mantienen durante cierto tiempo (tiempo de swap) y acaban recibiendo mucho menos de lo que deberían.
Existen dos problemas clave:
En este escenario, el valor se extrae y redistribuye, premiando a los explotadores y penalizando a quienes no han hecho nada incorrecto.
La quema puede aportar beneficios difusos a los holders de tokens, pero sin compensar de forma específica a los LPs que sufren pérdidas directas por arbitrajes. Técnicamente, quemar podría eliminar el incentivo del arbitraje al destruir la ganancia.
No obstante, una vez extraído el beneficio del arbitraje, es mucho más difícil identificarlo: aunque las operaciones on-chain son visibles, los datos de CEX no muestran las direcciones de los traders.
En estos casos, una mala redistribución puede corregirse mediante secuenciación específica por aplicación, permitiendo a los LPs capturar el valor que de otro modo se perdería en favor de los explotadores. Es una de las soluciones que implementa Angstrom, con buenos resultados.
En este caso concreto de MEV, ni la redistribución ni la quema son soluciones reales; solo tratan el síntoma, no la raíz. Es necesario actuar sobre los fundamentos.
No hay que pensar que la redistribución es una solución universal para sustituir la quema. Cuando el slashing no está presente, en la mayoría de los casos, la quema es esencial en el diseño del mecanismo.
Por ejemplo, en BNB los tokens se queman de forma trimestral, y esto es clave en su modelo deflacionario. La redistribución no tiene sentido, ya que no intervienen ni explotadores ni usuarios perjudicados.
En ETH (EIP-1559) ocurre algo similar: se queman las comisiones base, generando efecto deflacionario. Ante congestiones de red, las comisiones pueden ser muy altas, y podría plantearse redirigirlas a un fondo de tesorería para compensar parte de ellas, pero esto conlleva más inconvenientes que ventajas:
Hay muchos más casos, pero la idea principal es que la redistribución no es una panacea. Cuando la quema sucede por sí sola (sin slashing), no hay motivo para sustituirla por redistribución.
En definitiva, la redistribución suele ser menos eficaz que la quema cuando no hay slashing previo, mientras que, en escenarios con slashing, la redistribución suele tener un papel más relevante que la quema.
La alineación de incentivos sigue siendo un reto en crypto y varía entre protocolos. Si el valor económico refuerza la seguridad o alguna función clave del sistema, conviene no destruirlo, sino redistribuirlo correctamente entre quienes actúan de forma honesta, incentivando la equidad y la honestidad.