Aquí hay un cuento de hace mucho tiempo, en 1894, que te hará reflexionar. Imagina esto: un capitán de barco de vapor se dirige a la ciudad para matar el tiempo mientras su tripulación carga la mercancía. Pasan las horas. Su primer oficial lo encuentra y lo ve encorvado sobre una mesa de póker, con las fichas disminuyendo con cada mano.
El compañero se inclina cerca y murmura: "Capitán, tienes que saber que este juego está amañado."
El capitán ni siquiera mira hacia arriba. Simplemente sigue deslizando su apuesta hacia adelante. "Sí, lo sé," dice sin emoción. "Pero es el único juego en la ciudad."
Esa línea se siente diferente cuando piensas en los mercados, ¿no? A veces juegas sabiendo que las cartas están marcadas. No porque seas tonto. Porque alejarse significa quedarse completamente fuera.
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Aquí hay un cuento de hace mucho tiempo, en 1894, que te hará reflexionar. Imagina esto: un capitán de barco de vapor se dirige a la ciudad para matar el tiempo mientras su tripulación carga la mercancía. Pasan las horas. Su primer oficial lo encuentra y lo ve encorvado sobre una mesa de póker, con las fichas disminuyendo con cada mano.
El compañero se inclina cerca y murmura: "Capitán, tienes que saber que este juego está amañado."
El capitán ni siquiera mira hacia arriba. Simplemente sigue deslizando su apuesta hacia adelante. "Sí, lo sé," dice sin emoción. "Pero es el único juego en la ciudad."
Esa línea se siente diferente cuando piensas en los mercados, ¿no? A veces juegas sabiendo que las cartas están marcadas. No porque seas tonto. Porque alejarse significa quedarse completamente fuera.