La primera vez que gané en una operación lo que otros cobran en un mes, la sensación fue como si me hubiera tocado la lotería: el corazón se me aceleró, me moría de ganas de invitar a los amigos a unas cañas y unas tapas, subir una historia con la captura de las ganancias.
La cabeza se me llenó de imágenes bonitas: pagar la hipoteca, cambiar de coche, llevar a la familia de viaje... Como si la libertad financiera estuviera ya al alcance de la mano. Cada día delante de las gráficas era pura adrenalina, y a cualquiera que me encontraba le soltaba algo sobre el mercado.
Pero un día, cuando el número de la cuenta subió a una cifra que la mayoría no gana ni en un año, de repente me calmé.
No hice fotos, no lo celebré. Apagué la pantalla del ordenador, bajé a comprar un paquete de fideos instantáneos y me fui a casa a cocinarlos. Después, sentado en el balcón viendo cómo se encendían las luces de la ciudad, me sentí tan tranquilo como un lago en calma.
Ahí entendí: cuando el dinero llega a cierto nivel, la emoción desaparece.
Antes pensaba que tenía que demostrarle al mundo lo bueno que era. Ahora veo que discutir, compararse y justificarse cansa mucho. Que digan lo que quieran, tú sonríes y sigues. Aquello que antes me molestaba o no entendía, ahora lo comprendo: cada uno hace lo mejor que puede dentro de sus propios límites.
Lo que de verdad bloquea a la mayoría no es la falta de esfuerzo, es el techo mental.
Muchos están atrapados en marcos invisibles: lo que “toca” hacer a cada edad, lo que significa tener éxito, cómo se “debe” ganar dinero. Se mueven dentro de reglas ajenas, midiéndose con estándares impuestos, y al final acaban siendo productos de una cadena de montaje.
La libertad, esa de verdad, nunca se compra con unos cuantos ceros más en la cuenta.
Está en la actitud de vivir con sentido incluso después de haber visto de qué va el juego. Esa claridad tiene poco que ver con el saldo, y mucho más con si te atreves a pensar por ti mismo y a recorrer caminos que la mayoría no se atreve a pisar.
En este mercado, las oportunidades sobran. Lo que marca la diferencia es si estás dispuesto o no a superar tus propios límites.
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HashBandit
· hace18h
esto es otra cosa... en mis días de minería habría hecho una captura de pantalla de ese primer pump y lo habría perdido todo para la segunda semana jajaja. ¿pero la verdad? cuando de verdad entiendes la congestión de red y la mecánica de las comisiones de gas, la dopamina es diferente. ya no se trata tanto del número, sino de ver tu estrategia L2 funcionando de verdad. la mayoría no entiende por qué importan los rollups hasta que los vaivenes de su cartera les enseñan.
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LuckyHashValue
· hace18h
Los fideos instantáneos son realmente una herramienta de iluminación, jaja. Yo también lo entendí después de comerlos varias veces.
Ese año realmente me esforcé, pero al final fueron los días más ordinarios los que me hicieron despertar, bastante irónico.
Lo del techo cognitivo me ha dado de lleno; mucha gente realmente no puede salir de ese círculo.
En resumen, es cuestión de actitud: hay quien se alegra media tarde con treinta euros, y hay quien, con tres millones, sigue dándole vueltas a cómo explicárselo a los demás. Qué risa.
La clave es que después realmente dejas de querer demostrar nada, y esa sensación sí que es cómoda.
Las reglas de los demás siempre han sido una broma; cuanto antes lo entiendas, antes serás feliz.
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GasGuru
· hace18h
Primero gana mucho dinero y luego hazte el profundo, ese discurso ya cansa.
Comer fideos instantáneos con vistas a la ciudad de noche es romántico, pero los números en la cuenta son la verdad.
Tener una mentalidad tranquila está bien, siempre que no se convierta en una excusa para autocomplacerse.
El término "techo cognitivo" está por todas partes ahora, cualquiera puede decirlo.
Solo pregunto, ¿cómo está tu posición en este ciclo? ¿Sigues all in?
Si ya entiendes las reglas del juego, ¿por qué sigues metido en operaciones de alto riesgo?
Tiene su gracia, pero esta filosofía es algo frágil cuando llega la próxima liquidación.
Eso de superarse a uno mismo es demasiado etéreo; que Bitcoin supere los cincuenta mil, eso sí es una verdadera superación.
La primera vez que gané en una operación lo que otros cobran en un mes, la sensación fue como si me hubiera tocado la lotería: el corazón se me aceleró, me moría de ganas de invitar a los amigos a unas cañas y unas tapas, subir una historia con la captura de las ganancias.
La cabeza se me llenó de imágenes bonitas: pagar la hipoteca, cambiar de coche, llevar a la familia de viaje... Como si la libertad financiera estuviera ya al alcance de la mano. Cada día delante de las gráficas era pura adrenalina, y a cualquiera que me encontraba le soltaba algo sobre el mercado.
Pero un día, cuando el número de la cuenta subió a una cifra que la mayoría no gana ni en un año, de repente me calmé.
No hice fotos, no lo celebré. Apagué la pantalla del ordenador, bajé a comprar un paquete de fideos instantáneos y me fui a casa a cocinarlos. Después, sentado en el balcón viendo cómo se encendían las luces de la ciudad, me sentí tan tranquilo como un lago en calma.
Ahí entendí: cuando el dinero llega a cierto nivel, la emoción desaparece.
Antes pensaba que tenía que demostrarle al mundo lo bueno que era. Ahora veo que discutir, compararse y justificarse cansa mucho. Que digan lo que quieran, tú sonríes y sigues. Aquello que antes me molestaba o no entendía, ahora lo comprendo: cada uno hace lo mejor que puede dentro de sus propios límites.
Lo que de verdad bloquea a la mayoría no es la falta de esfuerzo, es el techo mental.
Muchos están atrapados en marcos invisibles: lo que “toca” hacer a cada edad, lo que significa tener éxito, cómo se “debe” ganar dinero. Se mueven dentro de reglas ajenas, midiéndose con estándares impuestos, y al final acaban siendo productos de una cadena de montaje.
La libertad, esa de verdad, nunca se compra con unos cuantos ceros más en la cuenta.
Está en la actitud de vivir con sentido incluso después de haber visto de qué va el juego. Esa claridad tiene poco que ver con el saldo, y mucho más con si te atreves a pensar por ti mismo y a recorrer caminos que la mayoría no se atreve a pisar.
En este mercado, las oportunidades sobran. Lo que marca la diferencia es si estás dispuesto o no a superar tus propios límites.