Por muy inteligente que sea una mente, no puede superar la prueba de la naturaleza humana.

En 1720, Newton, el mismo al que le cayó una manzana en la cabeza y descubrió la gravedad, compró acciones de la Compañía del Mar del Sur. En pocos meses duplicó su dinero y, siendo sensato, decidió retirarse a tiempo: se llevó 7.000 libras esterlinas (en aquella época suficiente para comprarse una mansión en Londres) y salió del juego con elegancia.

¿Y qué pasó después? Se fue, pero las acciones siguieron subiendo. Los vecinos, los sirvientes, cualquiera que tuviera algo invertido, estaba contando billetes. Newton no pudo resistir: viendo que hasta los tontos ganaban dinero, él, el genio, se sentía fuera de lugar.

El resto de la historia es conocida: volvió a entrar, compró en la cima y acabó perdiéndolo todo. El propio Newton llegó a lamentarse: «Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente».

¿Te suena la historia? El mercado nunca deja de repetir este ciclo.